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Del homenaje al tedio -de cómo quedamos en deuda con GGM-

Menos mal de Gabriel García Márquez permanecen una modesta caja de cenizas y una obra impresionante. Porque lo que ha pasado como un rayo incómodo, quizás, ha sido la reacción oficial a su muerte anunciada.

El escritor nos acostumbró a una polémica cercanía con el poder, en todas las vertientes de las izquierdas de su tiempo, pero con una salvedad interesante: fue él quien moduló desde sus intereses esas relaciones.

GGM huyó de fastos, banquetes, cocteles, condecoraciones, lanzamientos y demás arandelas en la vida y costumbres de los poderosos y sus maneras de entender las reglas de las conveniencias mutuas. Con algunas excepciones, claro. Como se puso corbata de joven, cuando ejerció de periodista, y la desdeñó oficialmente desde el Nobel por lo menos. Quizás por lo que ese fragmento de prenda significa: entre herencia medieval de carácter clasista y símbolo decadente de los ronderos del poder.

Recientemente, desde que estaba sobre el tapete la inminencia de su muerte, bastantes días antes de que se nos dijera que tenía gripa, que permanecía estable y que se recuperaría una vez más sin problemas, los interesados, sobe todo los medios de comunicación, actualizaron sus archivos y prepararon una vez más las páginas, las notas, las fotografías y los videos que saldrían al público en forma de ediciones o de entregas extraordinarias tan pronto el escritor falleciera de un cáncer que tenía incubado desde hacía más de una docena de años.

Por eso vimos de un día para otro, y del jueves al fin de semana, una avalancha de publicaciones, convencionales y digitales, sobre el Nobel colombiano y sus 87 años bien vividos. Y sobre sus textos: cuentos, novelas, crónicas, columnas y memorias, amen de discursos eventuales pero reconocidos. Todo estaba fríamente calculado como se debe en estos casos, periodísticamente hablando, por supuesto.

La reacción en grande, digamos, fue de los medios colombianos, de muchos latinoamericanos y de algunos otros en países en los que el escritor no solo fue leído sino amado, reverenciado incluso. Tenían previsto el cubrimiento, en su mayoría, y se aseguraron así de estar a tiempo frente a sus lectores, en periódicos, revistas, radioemisoras, televisiones y páginas web.

México, representado en una presencia equilibrada de funcionarios encabezados por el presidente Enrique Peña Nieto y de intelectuales cercanos a Gabo, dejó que la familia decidiera con autonomía sobre que no habría honras fúnebres tradicionales sino apenas cremación en privado, y admitido luego que se le hiciera al escritor fallecido un homenaje -en realidad oficioso y cercano al tedio- en el Palacio de Bellas Artes, el máximo escenario posible en dicho país para estos reconocimientos. No en vano GGM había vivido allí, en la capital federal, durante 50 años y consideraba a México su otra patria.

Algunos colombianos amigos del escritor se apuraron para estar en Ciudad de México el día del acto solemne, pero la delegación oficial encabezada por el presidente Juan Manuel Santos Calderón se convirtió, por razones políticas, en la cabeza de la representación nuestra. Santos no era amigo de Gabo aunque debía ofrecer sus condolencias en nombre de la Nación, pero lo que hizo fue aprovechar la oportunidad, que el destino le colocó en bandeja de oro, para darse pantalla y reforzar de alguna manera su maltrecha campaña presidencial.

Por eso nos podemos explicar los colombianos que aquí, entre nosotros, corriera el Ministerio de Cultura a preparar el respectivo homenaje-espejo a Gabo, pero en la Catedral Primada, donde estarían a la cabeza el cardenal Rubén Salazar Gómez y el Primer Mandatario, para seguir aprovechando los planos privilegiados de la televisión y los reportes susurrados de los periodistas de la radio. GGM no estaba en la ceremonia. Me refiero a sus cenizas. Apenas su memoria y la veneración recién confesada por los más altos representantes de la institucionalidad permitían ese artificio.

Y ahí como que todo se detuvo. Continuaron algunos desarrollos en los medios, cada vez más breves, por supuesto, pero el Gobierno desde entonces ha brillado por su ausencia. Anuncios esporádicos acerca de actividades que vienen en el inmediato futuro, dispersas, como balas de salva.

El colombiano más reconocido en el mundo, el escritor más reputado y más vendido, el único ganador del Premio Nobel de Literatura entre nosotros, Gabo el inmortal como le dijeron repetidamente, no parecía merecer más que una liturgia menor y más discursos fofos, llenos de lugares comunes.

No se prepararon proyectos que conmovieran al país, que lo inundaran, que les permitieran a los jóvenes conocerlo y leerlo. Colegios y Universidades debieron organizar sus actividades conmemorativas al unísono y rescatar la importancia y el impacto de la Revista Alternativa, una desconocida hoy; las alcaldías de las capitales de departamento debieron promover lecturas públicas, foros, exposiciones de fotografías, debates indispensables, e incluso publicaciones parciales de la obra -negociadas con Norma -pues ejerce un monopolio desesperante- que la gente pudiera comprar baratas como aquellas ediciones memorables que hiciera el poeta Jorge Rojas desde el antes Colcultura. Enfin…

En Colombia, el homenaje a Gabo fue improvisado y previsible, enmarcado en una catedral, decisión que debió alborotar sus cenizas, y reservado a las esferas más allegadas a la Presidencia. De resto, un concurso de libros de cuento, tímidas iniciativas privadas y anuncios de tiempos preelectorales en los que nos dignamos ya confiar pocón.

 

Acerca de caruri

Director editorial de OjoXojO. Periodista y docente.

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