Quibdó es una de las 32 capitales de departamento en Colombia. Y una de las más pobres, desorganizadas y abandonadas. Por eso, cuando uno llega a esa ciudad, tiene la sensación de confirmar lo que sabe de antes: que se la han robado sucesivamente. Que los políticos locales y regionales -buena parte de ellos- apenas se han preocupado de sacarle partido monetario a su liderazgo.
Basta recordar, para no parecer injusto, que los dos congresistas chocoanos están presos por parapolítica. Odín Sánchez Montes de Oca y Édgar Eulises Torres. Y que el actual gobernador, Patrocinio Sánchez Montes de Oca (hermano de Odín) acaba de ser condenado a 18 meses de cárcel y será destituido, inhabilitado y multado porque la Corte Suprema lo encontró responsable de peculado culposo en asuntos relacionados con su administración como alcalde de Quibdó, años antes.
Este desgreño en la política -por decirlo con misericordia- se percibe en la ciudad. Aunque remodelan actualmente el aeropuerto (dentro de la misma concesión José María Córdoba/Olaya Herrera) y se realizan trabajos de alcantarillados en algunos puntos de la capital, el resto es un panorama de pobreza y descuido. La ciudad es un reducto de polvo y barro, según llueva o haga calor, y el caos familiar al subdesarrollo recorre calles y fachadas, plazas y parques, cerros y malecones.
Quibdó necesita con urgencia una carretera moderna que la una con Medellín, y rectificar la que lo acerca a Pereira, para asegurar el transporte digno y permanente de personas y mercancías.
Quibdó requiere planeación, orden urbano, respeto por el río, regulación efectiva del tránsito, policía más allá de la sede principal, calles transitables, comercio organizado, hospitales dotados e instituciones educativas con acceso a las TIC. La gente maravillosa, paciente, diáfana y a veces inocente de Quibdó y del Chocó se merecen una presencia más contundente y eficiente del Estado, que les asegure su progreso y sus derechos fundamentales.
Quibdó permite comprobar, aquí cerca y de manera dramática, en qué consisten la desidia y el olvido del Estado.